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Introducción

Aprender a leer, parece que está de moda.  Todos parecen estar muy preocupados porque los alumnos aprendan a leer y porque las personas lean más.  La cantidad de libros que una persona lee, por ejemplo cada año, parece ser una medida válida para determinar su nivel cultural, su capacidad de aprendizaje, y hasta, su estilo de vida.  Aprender a leer, se ha vuelto un propósito generalizado. ¿Cuándo inicia el aprendizaje de la lectura? ¿Dónde se aprende a leer? ¿Qué tipo de lectores hay? ¿Por qué hay diferencias en los perfiles lectores? ¿Cómo podemos formar mejores lectores? Al diseñar los programas de Entrenamiento para la Lectura (Navarro Calvillo & Romero-Contreras, 2006; Romero-Contreras & Navarro Calvillo, 2006) nos planteamos éstas y muchas preguntas más.

Para las niñas y los niños que inician su escolaridad, aprender a leer es un gran reto y suele marcar un antes y un después. Ellas y ellos dicen: “todavía no sé leer”, “cuando aprenda a leer…”, “de chico, cuando no sabía leer…”.

Las familias que tienen hijos en los primeros años de la escuela y los docentes que trabajan en este nivel escolar regularmente se preocupan por el tiempo que les lleva a los niños aprender a leer. 
 
Pareciera, entonces, que aprender a leer es algo que sucede en un tiempo breve y claramente delimitado. Sin embargo, los conocimientos y las habilidades que permiten leer en un sentido completo, es decir, comprender los textos para usar la información que éstos ofrecen, para dar sentido a las ideas que en ellos se plasman, imaginando, sintiendo o entendiendo los mensajes, los vamos construyendo progresivamente.

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